Mentirosos compulsivos o mitómanos
Estamos rodeados de mentirosos, muchos más de los que imaginamos. Personas que inventan profesiones impresionantes, un currículum digno de un premio nobel, conquistas amorosas a la altura de Casanova, vacaciones y aventuras propias de India Jones. A estas personas que hacen de la mentira una forma de vida, los psiquiatras los llamamos mitómanos o pseudólogos.
Casos famosos de mitómanos
Cada cierto tiempo sale a la palestra un nuevo caso escandaloso. Que recuerde: Enric Marco, el falso superviviente del campo de concentración de Flossenbürg. Alicia Esteve, una barcelonesa que se hizo pasar por víctima del 11-S. El pequeño Nicolás, que embaucó a gente de la alta sociedad adoptando identidades falsas. Paco Sanz, el hombre de los mil tumores, que recaudó una fortuna haciendo creer a miles de españoles que padecía una rara enfermedad genética. O, Jean Claude Romand, cuya historia narra Emmanuel Carrére en el libro El adversario: un ciudadano francés que hizo creer a sus allegados que trabajaba como médico en Ginebra para la OMS y, antes de ser descubierto, asesinó a su familia y después intentó suicidarse.
Esto son algunos de los casos más sonados. Con todo, existen más mitómanos de los que nos damos cuenta. Solo descubrimos a una pequeña parte de ellos.
¿Qué es la mitomanía?
Según el psiquiatra alemán Kurt Schneider (1887-1967), los mitómanos resultan una peligrosa mezcla de narcisismo e histrionismo. Como narcisistas son personas que necesitan sentirse grandiosas. Como histriónicos no saben vivir sin ser el centro de las miradas.
Los pseudólogos son personas fantasiosas, que les gusta imaginarse a sí mismos dotados de un poder especial, unas cualidades grandiosas o un éxito excepcional. Es humano albergar deseos e imaginarnos que los conseguimos. La diferencia estriba en que el mitómano trata de hacer pasar esas fantasías por realidad. El que fantasea quizá se engaña a sí mismo, pero los mitómanos engañan a los demás. Con sus mentiras construyen un personaje que no son, con el cual logran obtener la admiración de los demás.
Emil Kraepelin (1856-1926), considerado el padre de la psiquiatría moderna, los describe como personas amables, educadas e inteligentes. A menudo poseen un don de gentes que los vuelve encantadores. Pueden, si les interesa, mostrarse generosos y sacrificados. Hacen gala de tal seguridad en sí mismos, que se acaban ganando la confianza de los que les rodean. Mienten con tanto fervor que suelen acabar creyéndose sus propias mentiras. Son un “híbrido de mentira y autoengaño”, escribió Anton Delbrück, el primer autor en escribir sobre los mitómanos, en 1891.
Una variante de la mitomanía es el llamado síndrome de Münchausen: personas que fingen enfermedades, con el propósito más o menos consciente de despertar compasión y preocupación en los profesionales sanitarios y, encontrar en ellos, la atención que a veces no encuentran en otros ámbitos.
¿Ocultar es mentir?
Otro problema relacionado con la mentira es la ocultación, que es algo así como su cara inversa. Mientras que el mitómano se sirve de la mentira para crear realidades que no existen, la ocultación se emplea para encubrir una verdad que no deseamos que sea conocida.
Ocultar es necesario. Todos tenemos una identidad pública y una identidad privada. Somos como la luna, tenemos dos caras. Una, la más brillante, la que mostramos a los demás. Otra, oscura y secreta, la que mantenemos oculta.
Habitualmente ocultar no implica mentir. Más bien lo contrario, ocultar es una forma de protegernos y mantener la verdad a buen resguardo. Ahora bien, la ocultación lleva a algunas personas a desarrollar una doble vida. De cara a los demás, un marido o mujer fiel, un padre o madre cariñosos, un amigo fiable, un trabajador responsable o un vecino simpático. Hasta que se destapa la verdad: una amante (o miles), una segunda familia, créditos bancarios, impagos, todos los ahorros gastados en el casino o en el hipódromo, adicciones...
Perder la confianza en un mentiroso
Si la mentira, en cualquiera de sus formas, es tan destructiva, es porque ataca a la que es quizá la condición más esencial para las relaciones humanas: la confianza. Confiamos en las personas porque creemos que son honestas y no nos engañan. Ahora bien, cuando descubrimos que alguien nos ha mentido, entonces perdemos la confianza en esa persona y quizá nunca volvamos a ser capaz de recuperarla.
Por eso es tan doloroso descubrir que una persona en la que confiábamos es un mitómano irredento. Y, también por eso, es tan difícil para un mitómano reconocer su hábito de mentir. El mitómano es consciente de que, en caso de ser descubierto, podría perder todo aquello que ha conseguido gracias a sus mentiras. Cada mentira, exige nuevas mentiras y para evitar ser descubierto, el mitómano continuará engordando su telaraña de mentiras.
¿Se descubre a un mentiroso compulsivo?
Ahora bien, en ocasiones, llega un momento en que el mentiroso compulsivo es descubierto y se ve confrontado por la realidad. Es un momento crítico, en ocasiones tan doloroso que el mitómano puede llegar a pensar en quitarse la vida. Sin embargo, con el apoyo adecuado, ese puede ser también momento idóneo para que un mitómano acepte ayuda y pueda ponerse en tratamiento psicológico.
¿Se puede ayudar a un mitómano?
Sí, se puede ayudar a un mentiroso compulsivo. Con el apoyo de sus seres queridos y la ayuda de un psiquiatra o psicólogo, el mitómano puede “curarse” y vencer su tendencia a la mentira. Se ha de ayudar al mitómano a abandonar esas fantasías de grandeza, y enseñarlo a ser feliz siendo una “persona normal”, una más entre millones. En última instancia, es liberador para el mentiroso darse cuenta de que es más digno de amor una persona “mediocre” pero honesta, que una persona espléndida pero falsa.
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